Esta vez eran las 7 y tantos...
…y desperté con su aroma. Ese aroma que me ha acompañado desde
chica. Cuando tenía cuatro, o cinco, o
seis –que no importa mucho, igual era pequeña-, mamá Gloria nos lo daba de la
segunda colada. Decía que los niños no debían tomar café, que les hacía daño. Lo cierto es que, de la segunda o de la primera pasada, el café empezó a ser
compañero obligado de mañanas memorables de mi vida. Mamá Gloria me daba un jarrito de aluminio
con el preciado líquido marrón oscuro, que siendo menos puro del que ella
tomaba, más bien tenía una tonalidad ámbar. Lo hacía acompañar de un pan de
agua. Ese pan era la pura gloria vuelta harina. Era de interior suave y tupido,
y la costra era tostada y crocante.
Recuerdo que solía sacarle toda la masa con mi dedo índice y echarle
parte del café dentro, entonces lo apretaba y quedaba la suerte de un sanduche
de café, como si tal cosa existiera.
Yo dormía, pero desperté aspirando como si realizara
ejercicios de respiración. Ha de ser algún vecino que, aun siendo hoy un lunes
feriado, se ha levantado temprano y ha colado café. Sé que me sonreí mientras dormía, pues cuando
desperté del todo, fui consciente de la insipiente alegría que envolvía mi
espíritu. Entonces una suave sensación de esperanza con aroma a café me
envolvió. Viniste tú a mi mente, vino mi abuela, mi madre, mi padre, que solía
llevarme un tazón lleno al segundo piso del camarote donde dormía, de joven. Era arriesgado mi padre, ya que mientras yo
dormía, colocaba el recipiente cerca de mi cara, a pulgadas de mi nariz, con el
propósito de hacerme despertar con el aroma, a riesgo de que yo, de un
manotazo, hiciera un desorden de marca mayor en la cama. Nunca ocurrió. Siempre despertaba sutilmente con
el aroma, y cuando la visión se asomaba a mis ojos, un objeto gigante y
caliente parecía venirse sobre mí, era mi café. Entonces me reía con pereza y
bostezaba, para luego incorporarme y digerir lo que el día me ofrecía.
Es de entenderse que el café sea para mí como la propia
sangre que corre las avenidas de mis venas.
Es de entenderse también, que me exalte si, tomando café, percibo el
aroma de otra taza. También se comprende que, en el momento justo en que el
café irrumpe por la boquilla de la cafetera, eructando aroma y sabor, sea como
la vez primera, como un primer beso, como una primera entrega de sudor y cuerpos,
y así cada mañana, nuevamente. Será que estoy enamorada de mi café y que mi paladar se extasía al tomarlo, cada día. Bueno, esto
quizá solo es comprensible para quien, como yo, ame el café de la forma en que
yo lo amo, de una forma tan básica y substancial.
En fin, que quería contarles que hoy desperté con aroma de
café. Me sonreí, fui feliz en ese breve momento, y solo cierto evento, que mejor me reservo, superaría un despertar así.
Les dejo ser felices en este lunes de enero…
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