Una forma de ser felices...
Hay una felicidad quieta, que aturde suavemente, que se te rie por
las esquinas de la casa, escondida, silenciosa, pero tan evidente como
la tos, y tan sorpresiva como encontrar un billete de 100 en un
bolsillo, olvidado.
Hay una felicidad cómplice, coqueta, con la prisa
del adolescente y la sabiduría del adulto.
Hay una felicidad que sucede
al saberse pleno, completo, feliz, queriendo ser mejor y más. Esa
felicidad se saborea cuando la lengua moja los labios y los dientes
se aprietan en la furia de una declaración.
Es una felicidad que se
asoma en los balcones de las miradas del desconocido que se sabe
hermano.
Una felicidad que cuelga de las manos del que piensa un poco
como tú, que comulga con tu lucha, que en silencio comprende tu
filosofía y te acompaña es la triste soledad de las ideas.
Hay una
felicidad dentro de mí y por eso el mundo es bello; aún con toda el
escremento que sale de los diarios, aparecen lotos azules y rosados,
abiertos y dispuestos a expandir belleza.
Hay una felicidad pariendo
esperanzas, pujando y gritando fe color violeta y naranja.
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