Cita



Te invito a una cita, pero te advierto que yo no sé de citas, así que te pido que no esperes algo tradicional. No esperes un trago, verme toda producida para el deleite de tus ojos, tampoco tienes que pensar en tu mejor apariencia, porque la cita es contigo, no con cómo luces. No soy parámetro de lo que has visto o sentido hasta ahora, tampoco soy lo más especial del mundo, sencillamente soy distinta.

En mi cita, puedo ir por ti o bien puedes tú venir a mi encuentro. Podemos caminar por las calles, de esas que están tupidas de árboles y cuyos suelos vestidos de grama hayan sido visitados recientemente por algún can. Podemos parar en un café, pero un café de los que realmente venden café. Tomar uno, hasta dos. Hablar por horas de cosas simples, de esas que se van con el viento, también de asuntos trascendentales. Luego nos daría sed, y yo te invitaré alguna bebida fría, pero sin sorbetes, así, como quien no se lo propone, hacemos como que salvamos el planeta. Eso nos lleva a hablar del mercadeo tonto alrededor del uso de sorbetes, pajillas, calimetes, como le llamen, cuando el problema no está en el plástico sino en nosotros. En fin.

Nos sentaríamos, nuevamente, a calmar la sed. Yo elijo la silla del frente, de lado no podría ver tu rostro, y a esas alturas ya hice planes con tu cara. Mientras tomo un sorbo, un hielo pequeño se cuela por mis labios y enfría mi boca, nos miramos y reímos. Ahora veo las líneas que se escapan de tus ojos cuando, riendo, hacen juego con tu boca. Gruesa y generosa boca, de labios nada precarios, sino que abundantes.

Decides pararnos y yo concuerdo. Ahora seguimos caminando de regreso a mi casa, o a la tuya, o al auto, lo que fuere, solo porque de una manera no calculada no hemos pensado en terminar el encuentro, solo queremos seguir conversando. Mi cita no tiene tiempo calculado y parece que la tuya tampoco. Sabemos que cargamos una historia, aciertos y desaciertos, que ha habido desastres que nos han deformado para volvernos a formar. Y advertimos que no somos iguales a un resto. No somos mejores, ni superiores, siquiera peores, solo somos distintos.

Ya nos dijimos que odiamos los juegos, las suposiciones y las promesas. No nos interesa invertir energía en complacer a nadie más allá de aquello que no podemos negociar. Incluso hemos caminado en silencio y no ha sido raro. Al contrario, sabemos, sin saber que lo hacemos, que hay momentos donde sencillamente hay que callarse.

Tú pagaste los cafés, yo compré las limonadas. A ambos nos gusta una buena y fría cerveza, pero no estábamos de ánimo para una. Hemos llegado a destino, es tu casa o la mía, no lo sé. Frente al porton o lo que fuera, nos miramos en silencio, y yo quiero acariciar tu seño. Nos despedimos con un beso en la mejilla y hay que entrar a la casa. En mi cita no se cuál casa es la casa. Me tocas el pelo, clásico. Yo sonrío como una muchacha. Y siento refrescar mi mente y mi alma por la compañía.

Quedamos para luego, pues tenemos pendiente hablar de nubes, tener sexo con la luz encendida y tomar café en la cama. Leer algunos libros y criticar argumentos. Ver películas de cine independiente y reírnos de los finales obvios del cine hollywoodense, no sin reconocer que ha habido algunas muy buenas. También nos veremos en algunos desacuerdos, unos menos acalorados que otros. Hemos quedado en muchas cosas, solo que no lo sabemos aún, pero pasará.

©Gnosis Rivera
Domingo 27 de febrero de 2019.
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Image: Man standing and looking woman in house
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