Otro artículo sobre ser mujer
Imagen: Mujer tras la verja.- Obtenida de la red.- |
Tal y como publiqué en Acento.
Al
momento en que redacto estas líneas, la caravana de felicitaciones por
conmemorarse el Día Internacional de la Mujer es tan larga como
cualquier longaniza de fritura. Yo la verdad que no comprendo esa
tendencia -o necesidad- de felicitar por todo; no sé si obedece al hecho
de querer celebrar cualquier cosa con tal de eludir el significado y
las calidades de los hechos, o si se trata más bien de seguir la
corriente sin detenernos a pensar al respecto. Lo cierto es que me han
felicitado más que en año nuevo y apenas voy por media jornada.
Yo nací brava y hembra. Con vagina y
pechos; al principio estos eran más planos que el llano de Pedernales,
pero con los años la promesa del brote femenino no se hizo esperar,
trayendo con ella la complicación de unos pezones que debía esconder a
como dé lugar, pues no está bien visto que una chica escandalice al
resto con unos pezones de velitas de cumpleaños. La vergüenza asociada a
tu cuerpo empiezan a inculcarla desde que una es pequeñita, con esa
primera mirada de censura que te ordena: ¡cúbrete!, ¡tápate!, ¡siéntate
bien! No tienes la más mínima idea de qué está mal, mientras tus pares
varoncitos juegan libremente llevando solo unos pantaloncitos.
Eventualmente la bravura hubo de ser
matizada y me enseñaron que tenía entre las piernas una suerte de gema
con pelos que hala más fuerte que cualquier yunta de buey. Y no a todas
las mujeres les explican el poder que la cultura le ha concedido a la
dichosa gema, que no es más que una vagina. Solo te dicen que en ella
está tu bendecido o bien frustrado futuro. Apenas tenía diez años cuando
conocí la mirada de lascivia en un hombre, que parado frente mi
cuerpecito desnudo, se quedó mirándome por unos segundos que parecieron
horas, mientras me echaba agua con una lata en el patio de la casa de mi
abuela. En ese entonces no conocía el morbo, solo sé que una parte de
mi sentía que algo andaba mal y que debía cubrirme. Observen la diana
del asunto: El problema no era el hombre, el problema era yo y mi
cuerpecito de niña, desnudo y mojado. La suerte de mi condición de mujer
ya estaba echada.
El tiempo transcurre y nos hacemos
mayorcitas; nosotras llevamos la vagina, cargamos las mamas y los
pezones, igual las nalgas y las caderas, pero parece que todo ello está
supeditado a la aprobación o censura del resto. Cuando eres una nena
debes mantener tus piernas cerraditas -eso de abrirlas a confianza no es
de señoritas-, con lo bueno que es brincar y saltar y trepar árboles
sin estar pendientes de los dichosos pantis. Igual con los pechos.
¿Tiene idea un hombre de lo que es llevar las tetas forradas todo el
día? ¿Se han puesto a pensar en lo que pica el encaje? ¿Se imaginan el
placer que produce quitarse los brasieres apenas llegas a la casa y se
acaba la pose de pecho erguido? Probablemente no. ¿Han visto lo
ridículas que lucen algunas chicas haciendo ejercicio con un abrigo
atado a la cintura, solo para tapar el trasero? ¡No hombre, no!
Hace unos días, en plena faena de
limpieza, tenía pendiente entregar el auto al mecánico, para unos
ajustes. Pues yendo y viniendo del patio a la casa, lavando, barriendo,
caí en la cuenta de que mis mamas saltaban como jóvenes enardecidos en
verano. Pocas cosas más cómodas que la tela de franela rosando piel
desnuda, ¡pero claro!, no tuve de otra que engancharme unos aburridos strapless
negros, porque el señor mecánico ¡es un hombre!, y como tal, podía
sentirse “provocado por mí”. Entonces mis tetas son mías, pero la sola
presencia de un varón me obliga a taparlas. Aunque claro, yo me cuelgo
de los anillos de Saturno cada vez que veo a mi vecino salir en bermudas
de interior y sin pantaloncillos –sí, ¡que me doy cuenta!-, pero eso no
importa, es un hombre y puede hacerlo.
Y he ahí la frasecita incómoda: Ellos
pueden hacerlo, una mujer es diferente. Esa es la idea que hay que
revisar. ¿Es diferente la mujer o lo es la mirada que la sociedad pone
sobre ellas? Recordemos que ambos somos la sociedad. Mientras un hombre
puede hacer muchas cosas, a las mujeres no “se nos permiten” algunas.
Peor aún, si tal o cual hecho se acepta, no siempre lo es por derecho,
sino ¡una concesión! El problema, destaco, no está en un hecho
particular, no estriba en qué se permita o qué no, está en el
pensamiento subyacente a la prohibición o a la concesión. Entonces lo
que hay que modificar es el patrón mental que pone a hombres y mujeres
en posición de ventaja y desventaja ante una misma circunstancia. Y que
quede claro, si hay ventajas y desventajas será para ambos géneros. No
se trata de libertinaje ni privilegios ni bondades gratuitas. Se trata
de no favorecer o desfavorecer a una persona respecto de otra, solo por
la base de un pensamiento excluyente y discriminatorio asociado a su
género.
Esos patrones mentales instalados en la
psique colectiva son los que dicen que: 1) Una mujer que sonríe más de
lo normal es una mujer que está coqueteando y ofreciéndose abiertamente
al macho. Y que me expliquen qué carajos es reír más de lo normal; 2)-
Si una mujer está sola en cualquier lugar donde se venda desde café
hasta whisky, está diciendo: abórdame, busco compañía; 3) Si se daña el
auto debo asegurarme de ir al mecánico con un amigo o mi esposo “a que
me represente” no sea que me engañen; 4) Si conduce mal, seguro es
mujer, si no, es homosexual…; 5) ¿Inteligente, bella y soltera? Seguro
es loca o complicada; 6) La sociedad está bien fastidiada y todo empezó
cuando la mujer decidió salir a trabajar. De aquí se desprende que “la
mujer es la que educa… mira cómo estamos”; 7) Las mujeres son
hormonales, resentidas y rabiosas, en tanto que los hombres sensibles
solo están conectados con sus propias emociones. Mientras en la mujer la
emocionalidad es una condición que la debilita y la predispone ante el
resto, en el hombre la sensibilidad es un punto a favor que le confiere
la empatía de los demás, en tanto que pocos quieren lidiar con las
sensibilidades de una mujer; 8) Una mujer comprando condones es una
puta; 9) Una mujer soltera que se embarazó, dio un mal paso y es una
descuidada, se puso de loca. La lista es larga…
Lo más irónico de todo esto, es que este
conjunto de patrones de pensamiento han terminado atrapando al propio
hombre. El mismo machismo ha construido la imagen del masculino fuerte,
que provee, que cuida, que no se cansa, que no llora ni gime. Un
verdadero varón que no tiene miedo a nada y que siempre irá a su amada a
protegerla. Y tanto hombres como mujeres se han prestado al juego
alienante de criar machos y princesas, generando toda suerte de crisis existenciales. ¡Craso error!
El feminismo es el resultado de siglos de
exclusión y discriminación, sustentada en constructos mentales tan
fuertes que supone un gran esfuerzo el poder transformarlos. Véase que
no he mencionado aspectos como el salario, profesiones, inclusión en
política, ciencia, etc. Hablo de pequeños detalles, aquellos donde opera
nuestro más llano y simple modo de pensar, eh ahí el mejor termómetro
de cómo andamos. Hace poco una actriz auto declarada feminista fue
hostigada por redes sociales, solo porque posó para una revista luciendo
un hermoso escote. La sindicaron de hipócrita en su discurso solo por
mostrar un atuendo en el que su seno lucía atrayente. Entonces ¿Si eres
feminista no puedes insinuar unos pechos? Imaginemos la lucha que supone
lograr derechos como salario, salud, educación, ¡si apenas se toleran
las tetas!
Antes de felicitar, invito a mirarnos a
lo interno y reflexionar sobre lo que implica ser mujer en esta
sociedad. Más que educar para la subversión, propongo educar para el
diálogo sincero de estos temas, ver todas las aristas posibles, escuchar
puntos y contraponerlos. ¡Edificar! Si bien es cierto que vivimos en
sociedad y las normas nos permiten vivir y convivir en relativo orden,
lo que propongo es al menos conocer el porqué de estas cosas. Que las
niñas y los niños conozcan el trasfondo real de lo que implica la
masculinidad y la feminidad. Más allá de un pene y una vagina. Mostrarle
dónde radica el verdadero poder de cada uno de nosotros. En un
escenario donde el respeto y la cultura del autoconocimiento permee el
antivalor de la discriminación y la exclusión sí que vale la pena la
felicitación.
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