Los estándares de una mujer
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Mujer con mariposas en el pelo.- Imagen obtenida en Google.- |
Tal y como publiqué en Wall Street International
Hace algunos días quedé para desayunar con una muy
querida amiga. Entre sorbos de café y bocados de mangú de plátano,
charlábamos sobre lo difícil que puede resultar para una mujer adulta
encontrar pareja -y conservarla-; cuando hablamos de adulta, convenimos
en esa edad que se acerca a los treinta y cinco, alcanza los cuarenta y
los atraviesa, para seguir de largo a los cincuenta y tantos; ese
espacio de edad que muchos, para no citar números, tildan de "cierta
edad". Me tomó por ejemplo en sus argumentaciones y nos vimos en una
interesante conversación sobre los estándares o parámetros que tiene una
mujer para elegir pareja.
Todos, absolutamente todos tenemos puntos básicos a tomar en cuenta a
la hora de elegir con quien compartir nuestras vidas, o al menos un
buen segmento de ella. En la selección de pareja, más allá de los
instintos y esa parte denominada química del amor, que la neurociencia
ha explicado tan bien, entran en juego muchas variables de índole
emocional e intelectual. Mi amiga afirmó, con toda seguridad, que yo
proyectaba la imagen de una mujer muy exigente e inteligente, y que eso,
definitivamente, intimida a cualquier varón que quiera acercarse. La
expresión que siguió a su declaración es harto conocida para mí; la he
escuchado muchas, muchas veces; inclusive, antes de estar en mis
treintas ya me endilgaban la sentencia: -deberías bajar un poco tus
estándares-. El café se agotó, junto con el queso, los huevos fritos y
el plátano, y mi amiga y yo seguíamos, cada una con su punto.
Imagine usted, vivir en una sociedad alienada por fuertes constructos
mentales de corte machista. Una sociedad donde el hombre elige a la
mujer -nunca ella a él-, y ésta, naturalmente, deberá hacer lo que esté a
su alcance para no entorpecer el proceso. Debe ser inteligente, pero no
tanto que intimide al hombre; ser chica independiente, eso es
tremendamente admirable, pero de vez en cuando debe mostrarse necesitada
-porque así alimenta la cultura de proveedor del macho y hacer esto es
sumamente estratégico para el éxito de la relación-; que sea alegre, de
buen espíritu, pero no tanto que pase por chivirica*, ni más
chistosita de la cuenta, y mucho menos ser motivo de pena o vergüenza
para su compañero. Que luzca femenina, agradable a los ojos -nadie
quiere estar con una mujer que luzca como un tamal-, pero tampoco deberá
ir por ahí mostrando las carnes ni levantando pasiones. Debe ser una
dama en la calle y una puta en la cama, todo con tal que el hombre no se
aburra y permanezca a su lado. ¿Hablamos de relaciones entre adultos o
de juegos?
Las sociedades han cambiado mucho, bastante, de hecho, y es bueno que
sea así. Y aunque los ejemplos arriba citados parecerían extremos,
muchas mentes siguen operando bajo dichos pensamientos. Mentes
masculinas y femeninas. Y cuando una mujer decide cambiar o negar una
parte de su esencia a expensas de compañía, para agradar, para poder
competir "en el mercado", para no ser sindicada por complicada o
inadecuada, es como si saliera del rango de persona para entrar al rubro
de los productos, que tienen que cumplir cierto tipo de requisitos para
ser adquiridos por el comprador en el supermercado de la esquina. Lo
mismo pasa con muchos hombres, que viven una hombría de catálogo que los
exhibe como machos alfa y los condena de inmediato si se salen de esa
zona de tolerancia social.
Imagine a una mujer que decide llevar el pelo como le gusta, que no
usa tacones todo los días, a todas horas; una mujer para la cual el
maquillaje es una opción y no una imposición, que viste según le acomoda
y que elige no invertir horas cada fin de semana en manicura y
pedicura. Parece que complica todo el escenario, ¿no? Y por si fuera
poco, una mujer que elige decir lo que piensa. Se convierte en una
verdadera bomba en sociedades machistas. Yo lo sé, lo he vivido y lo
observo. Veo constantemente cómo las chicas "normales" se llevan "los
mejores" partidos. También veo cómo muchos hombres miran de reojo a
mujeres así, lo hacen con curiosidad, interés y hasta con algo de morbo.
Tienen la pulsión de ir tras ellas porque hablan con descaro, se ríen
en voz alta y con desparpajo, si quieren bailar, lo hacen y ya, no
tienen pega al momento de hablar de sexo, y no les asustan las palabras
tetas, pene o vagina.
Sí, van a ellas con mucha curiosidad e interés, pero no para
quedarse, sino para estar un rato y sorprenderse. Los más osados,
atrevidos y seguros, permanecen; los demás se alejarán y sus razones
tendrán, tan variadas y distintas como gente hay en el planeta. Imagino
que algunos construyen un mundo en su cabeza, imaginan algo que no es,
sobre todo en el tema sexual, y cuando se acercan y ven dentro,
descubren que sencillamente son mujeres que aman y quieren amar, que
desean apapachos, seguridad y compañía, que tienen sus temores,
fortalezas y debilidades, solo que no están interesadas en perder el
tiempo en poses y juegos.
Pero, ¿cómo son estas mujeres difíciles y complicadas? Son mujeres
que simplemente han decidido vivir, que optaron por seguir la ruta de
sus propias reglas, y no aquellas impuestas por la sociedad donde viven;
son mujeres que ya no les interesa el juego del gato y el ratón, hablan
de frente, son directas y asertivas. También son mujeres que han
diversificado sus intereses, que están conectadas con sus propias
pasiones y gustos. Son mujeres que aprecian su tiempo en soledad, pero
también anhelan la compañía, solo que una de calidad. No se trata de
amargura, ni de infelicidad, tampoco de resentimiento con la vida; se
trata de aprendizaje, de congruencia con lo que se piensa y lo que se
cree, de autovaloración y aceptación; de irse a la cama en paz. De
justipreciarse y de felicidad a largo plazo. Y sí, es cierto, en un
mundo de iguales ser distinto implica un precio, pero nunca comparado
con lo que significa dejar de ser quien se es.
Al final le dije a mi amiga que esa imagen de exigencia e
inteligencia que muchos perciben como una traba para conseguir pareja,
yo la veo más bien como una suerte de filtro, como un reto en donde la
recompensa final es una buena danza del uno con el otro, conociéndose,
acercándose y gozando de la experiencia de vivir en compañía, con todo
lo que implica, con todo lo que traiga. Y ¿a quién no le gustaría vivir
un reto así?
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