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Mostrando las entradas de enero, 2017

Eterno

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Tu piel se quedó grabada en la memoria de mis dedos ¡tanto!, que siglos después de haberte amado, sigo tocando tu cuerpo cada vez que te pienso. Los rostros ajenos que hoy pasean a mi lado, son espejos... en ellos se refleja nuestro beso, ese beso primero, los que siguieron y el último. Y en mi oídos tu risa, esa risa despeinada; alegre y descarada risa que aún retumba en el ruedo de mi nostalgia,  junto al compás de tus silencios y tus ausencias. Todavía despierto con la voz de tus susurros,  con ese "buenos días" nuevo que equivalía a un "te quiero". Y cuando cierro mis ojos ahí están los tuyos... mirándome, entendiendo sin hablar, mostrando al niño que te habita, a tu nobleza y valentía. La alegría de tu mirada me recibe en abundancia. En esos dos hermosos huecos aún encuentro mi hogar.  Me pierdo y me hallo. Mi llanto, cuando es en ti, endulza mis

Amar, siempre amar

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Mujer desnuda con rosas y mariposa/ Obtenida de Pinterest/ No para uso comercial.- He amado en todas las formas que he podido: valientemente, cobardemente, sin sensatez y con ella con duda y con certeza Amé cuando pude y cuando no debía Amé y solo sé que amé Amé con cordura y con locura Con mucho, con poco y con nada Ahora, que parece que no amo, estoy amando más que nunca Amé cuando parecía que no lo hacía Amé cuando, humana al fin, me creí odiando He amado a todas luces y discretamente Amo con ruido y con silencio Estando vacía y estando llena, con hambre y satisfecha Amo en llanto y alegría Amé en el dolor y el bienestar, en la salud y sin ella Me doy cuenta que no he parado de amar pues cuando pensé que no estaba amando resultó que amaba, aún más... Derechos de autor: Gnosis Rivera La tarde de un invierno extraño 25 de enero 2016.

La sonrisa del inmigrante

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Fotografía cortesía de Maribel Núñez, sociologa y activista dominicana Tal y como publiqué Wall Street International Como hija de mi padre, disfruto mucho conversar con la gente. En ocasiones genero las instancias para dialogar con algunas personas que, a primera impresión, me parecen portadoras de interesantes historias. De pequeña, siempre lo acompañaba al mercado y ahí, entre montones de fruta y vegetales, las carnicerías y gente regateando precios, estaban las mejores charlas, las mejores anécdotas. Mi padre siempre me dejaba opinar e interactuar y al final me estaba heredando en vida una de las experiencias humanas que hoy más disfruto: Conversar con las personas. Tanto contacto tuvo su fruto…  De adulta, he aprendido a advertir sonrisas, miradas, alegrías y tristezas; cansancio y hartazgo de la gente. He podido ver, incluso, la ausencia que se esconde tras el iris de un ojo que ya ni observa, ni se deleita, sino que solo mira porque para eso está bajo

Media sonrisa...

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Tienes de esas sonrisas que lucen a mitad... a mitad de darse, a mitad de un secreto, a mitad de un sueño; de esas sonrisas que aprendieron a no darse enteras, o que quizá esconden una broma sugerente, tras la cortina de los dientes.  Tienes esa sonrisa medio niña, medio dama; que sugiere un propuesta, de esas que hay que estudiar con sigilo, pues te costaría perderla.  Tu sonrisa es un misterio, mujer; un misterio que invita a ser invadido y descubierto; arrebatado, asumido como propio y tomado, como se toman los tesoros en islas desiertas.  O mejor, tu sonrisa debe ser solo disfrutada a la distancia, admirada a lo lejos, soñada como un imposible, sin pretender más que verla, tocarla con los ojos, besarla ligero y luego, retirarse, sabiendo que se tocó el cielo. Derechos de Autor Gnosis Rivera Con afecto para Lucía Sianamardi Ugarte Imagen obtenida en Pinterest No utilizada para fines comerciales

2016

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  Una de las cosas que aprendí en el 2016 fue a escucharme. No fue fácil. Es más, ponerse atención a uno mismo es una de las empresas más difíciles que se puede abordar. Yo lo aprendí, sigo aprendiendo, porque de no hacerlo, tendría que seguir pagando el precio que ya estaba honrando: infelicidad.   Entonces empecé a escucharme. Lo primero fue eso, empezar, dar inicio a reconocer mis ruidos, mis susurros, mis gritos, mis palabras y mis silencios. Luego, vino lo más fuerte: darle nombre a todo eso, reconocer sus calidades, buenas o pendientes de serlo. Las no tan buenas, reconocer mis aspectos llenos de ausencia de bondad. Ausencia de bondad hacia mí misma, hacia mis significativos, mi entorno, mis dones.   Conciliar todo eso y lograr que al final, nada me fuera extraño o huérfano de mí. Todo debía pasar frente a mí, ser reconocido por mi yo más humano y consiente. Sigue siendo una constante. Es un camino que, toda vez que se inicia, no puede parar.   Faltan cosas por ver, pero