Nacionalismo, orgullo y la funcionalidad de un valor

Estos conceptos, los arriba citados, han rondado mi cabeza por semanas. Creo que más. Idependientemente de la situación que se vive en mi país con el tema migratorio, me descubro sabiendo que siempre tuve cierta opinión respecto de la identidad ciudadana, una opinión muy particular y, me atrevo a decir, un poco irreverente, respecto de lo conservadora que puede ser la opinión de la gran mayoría de los ciudadanos de mi país. Me explico. Si me preguntaran si estoy orgullosa de ser dominicana, les podría decir que no. No siento tal orgullo. Y el asunto no estriba tanto en la situación que acontece en este tiempo en mi isla, no. El asunto pasa por otro lado, - a pesar de que sí siento mucha verguenza por todo lo que pasa con mis hermanos de Haití, y mis hermanos dominicanos descendientes de haitianos-. Para explicar mejor la luz de mi concepto, les comento. Si buscamos la definición de la palabra orgullo en el diccionario, tenemos dos acepciones: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas; también nos encontramos con que es un sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno, que se considera meritorio. (1). Aqui me detengo, en la palabra meritorio, ya que el mérito implica acción y voluntad. El mérito involucra la interacción de varios participios que tejen todo un accionar, y de ahí el orgullo por el resultado correspondiente.
Así las cosas, aquellas circuntancias aleatorias, donde no tengo absolutamente nada de poder de decisión, donde mi voluntad no ha intervenido en forma alguna, no me producen tal orgullo, sino que, más bien, me pueden otorgar un sentido de pertenencia -que pasa fácilmente por orgullo-. Pero no termina ahí la cosa, resulta que el mérito sí radica en eso que usted hace con lo que es, pero que no eligió ser. Me explico. Yo no elegí ser mujer, ni elegí ser hija de mi madre ni de mi padre. No puedo sentirme orgullosa de ser mujer, mejor aún, me hace sentir orgullosa lo que hago con ello. Entonces, validarme, dejarme sentir, afirmarme, darme a respetar y darme mi valor, son cosas meritorias en mi, que no solo me producen orgullo a mi, sino a todo aquel que me conozca y me ame, si acaso. Pero sigo la senda de reflexión y realizo la idea de que ese contexto es igual de válido si en vez de ser mujer fuera hombre, puesto que también como hombre debería validarme, dejarme sentir, afirmarme. Entonces colijo que ser mujer no es la gran cosa, ni lo es ser hombre, sí ser persona. La trascendencia de ser uno o lo otro solo se valídaría dentro del contexto donde ambos estén posicionados. Y vuelvo al punto. No es lo que eres, es lo que haces con eso que eres.
¿Quién elige ser francés, suizo, dominicano, haitiano o paquistaní?. Nadie. Es solo una variable. Recuerdo en una entrevista que Julio Cortázar concedió en 1977. En dicha entrevista, cuando habla de su nacionalidad, le concede la misma importancia que se le da a un mosquito que rezumba en el aire. El nació donde nació por pura circunstancia, ya que sus padres viajaban constantemente y el parto de su madre se presentó justo en un país y no en otro. Simple. ¿Se sintió él orgulloso de haber nacido en Bélgica?. En lo absoluto. Fue un mero hecho circunstancial. Sin embargo, al menos a mi me pasa, si escucho el nombre Cortázar, lo primero que me llega a la mente es Argentina, no Bélgica, eso sí puede ser meritorio.
La gran injusticia del racismo radica justamente en que el racista condena a alguien por pertenecer a un grupo o una realidad que este ni siquiera eligió. ¿Quién decide el color de su piel, su preferencia sexual, estar atrapado en un cuerpo de mujer siendo hombre, o visceversa?. ¿Quién elige un pelo lacio, ondulado, o cresco?. Nadie. Una nariz de fosas anchas y redondamente pronunciadas está genéticamente determinada por cuestiones geográficas, -lea un poco de antropología-. ¿Cómo puede alguien ser responsable -culpable- de semenjando situación?. Es algo para meditar.
El nacionalismo es parte del andamiaje que sostiene el racismo y toda suerte de injusticias y prejuicios. No tengo duda de ello, y la historia está ahí. Me viene a la mente un comentario que hizo una amiga cuando, en un parte noticioso, se narraba el éxito de cierto dominicano en el extranjero. Ella habló del orgullo dominicano en alto en "playas extranjeras". Yo no sentí ningún orgullo, ¿qué rayos había hecho yo en la trayectoria de ese muchacho? ¡nada!. ¿Qué compartíamos esta persona y yo?, que ambos somos dominicanos, nada más, algo tan accidental y fortuito. Recuerdo que si comenté que lo que estaba arriba era el orgullo de él, por todos los obstáculos que tuvo que sortear para llegar a descollar en la selva de cemento en la que estaba.
¿Pueden los Finaldeses sentirse orgullosos de obstentar el título de mejor sistema educativo a nivel mundial, por décadas?, definitivamente sí. Esto no es un hecho fortuito, no es por ser filandendes; se trata de un sistema estratégicamente diseñado, construido para que sea justo así. Así que bien que pueden sentirse orgullosos. 
En cada grupo humano hay personas sucias, limpias, honestas, sencillas, arrogantes, y un larguísimo excétera. Las personas son solo eso, personas. Claro está, sería estúpido ignorar aspectos culturales que distinguen un grupo de otro. Hablar de que los haitianos son brujos, decir que las dominicanas somos unas putas, que todas las que viajamos a europa vamos a prostituirnos, o que los italianos son unos mafiosos, que los newyorquinos son unos frívolos que solo quieren comprar y comprar, que los ingleses son unos insensibles, los colombianos unos traficantes de drogas, los argentinos unos arrogantes, que todos los orientales saben karate...ufff...¡me agoto!. En serio, hay tanta gente por ahí que piensa de esta forma y es tan soberanamente estúpido pensar así. No hay ciencia que resista tal sistema de creencias. Es totalmente absurdo. No hay algo más odioso que una generalización.
Junto con el orgullo de ser dominicano o lo que sea, me vienen a la mente esos valores heredados y hasta cierto modo inoperantes, que muchos promueven y obstentan con tanto orgullo y arrogancia. Orgullo de ser dominicano. Si usted está fuera de su país y llora cuando escucha el himno nacional, eso no es orgullo, eso es sentido de pertenencia, nostalgia, añoranza, o hasta pena y verguenza, como me pasó a mi en una ocasión. El orgullo es otra cosa, tiene que ver con construcciones, con acciones que enaltecen y comulgan con eso que usted es, porque, aunque no lo haya elegido, se siente completamente comprometido y a gusto con eso que es; al menos lo decide, puesto que puede optar por lo contrario. Orgullo es no vender su conciencia, ni sus valores, orgullo es ser respetuoso del espíritu de la ley, esa que representa el bienestar de la colectividad. Orgullo es no avergonzarte de tus raíces, ni negarlas ni disfrazarlas, sino que, por el contrario, exponerlas con vanidad saludable, con toda la parafernalia que corresponda. Fuera de todo eso, lo que exponen algunos como orgullo dominicano no es más que pose y conveniencia, discurso programado y agenda mediática. Un lavado de cerebro, que carcome la mente de la mayoría que solo hace repetir las líneas elegidas por los sectores de poder.

Gnosis Rivera.-

(1)- Definiciones de la RAE obtenidas en la red.

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