Costumbre

Mujer de Pueblo, de Pedro Lira (1845-1912), chileno.-
Sus noches se formaron de siglos de tardes marchitas, de cientos de días color ocre y miles de horizontes amarillos. Así, ya no sabía cuando el sol se ponía o si en cambio, llovía toda la tarde....

Se hizo pariente lejana de las melancolías rancias.

De esas que solo habitan en los corazones de quien, harto de la espera, termina jugando a las cartas con su propia compañía.

Las paredes de la casa estaban forradas de soledades azules. Quien la visitaba, podía tocar con las manos el olor de la espera eterna.  Con la memoría del gesto, su mano derecha se quedó tendida en la espera de caricias.  Volvióse gesto habitual de una obstinación lastimosa y de por si, necia.


Algunos mendigan pan para alimentar una panza hambrienta. Ella, en cambio, solo quería alimentar su espíritu con algo de presencia y compañía.  Presencia para compartir los cafés y las mañanas. Para hablar de los diarios y la poesía. 


Cuando regresaba de la calle, abría ventanas y balcones.  Que la esperanza que aparcaba de cuando en cuando en la habitación no se sintiera zofocada por el encierro. Le conversaba a las plantas y estas le devolvían el gesto en colores y aroma.


De ese modo transcurrían los días... se acumulaban atardeceres. Los horizontes continuaron desfilando frente a su casa y el sol....el sol en ocasiones se quedaba a saludarla... para hacerle compañía.



© Derechos de Autor Gnosis Rivera.-

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