Comida y masturbación


En ocasiones, comer sin compañía es como masturbarse. Con ingenuidad les pido que no se estacionen en la palabra masturbación y se abran, sin prejuicios, a lo que quiero significar

Verán, tienes todos esos ingredientes maravillosos sobre tu mesa en la cocina. En tu tabla de abedul, has dispuesto filete de pechuga de pollo y le espolvoreas pimienta y sal, un maravilloso matrimonio de cocina que hasta tiene su propio verbo: salpimentar. Te sientes creativo y te atreves con un poco de albahaca seca. La estancia huele divino, porque has puesto a hervir dos papas y agregaste dos hojas de laurel, entonces la magia se ha esparcido por todos lados. Te vas directo al frutero y sacas un tomate pequeño -total, es solo para ti-.  Te encanta ver como el cuchillo se clava en la pulpa jugosa y roja del tomate que, sometido al filo de la hoja, despide todos sus jugos. Si eres amante de los cuchillos, como yo, admirarás la maravilla de un corte limpio, tanto como el imponente sabor de la rúcula.

En fin, que tienes todo eso, pero solo para ti. Gimes con cada bocado, sientes las notas ligeras y discretas de la albahaca en la carne de pollo. El tomate se ha vestido con sal gruesa y oliva. Algo simple, pero deliciosamente rico. Y las papas han adquirido todo el carácter posible al recibir un suave baño de oliva extra virgen con unas pequeñitas y escasas ramitas de romeo. Ya en fuego, las esquinas de cada trozo empiezan a dorar.

Manipulas la sartén como una experta, y estás acompañada solo por el hambre, que pronto se convertirá en saciedad y toda vez que ello ocurra los aromas serán recuerdo, y es que, ¿a quién le dirás sobre ese aroma del laurel que te lleva directo al mediterráneo, o sobre cómo te adueñas del mango de la sartén?¡Ahh! Y la sobremesa… 

Cuando comes solo no hay sobremesa, las únicas charlas y risas vendrán de tu televisor -en mi caso, muchas veces-. Cuando vistes la mesa, no tienes con quien alardear, ni a quien mirar a los ojos cuando te delatas ante la sorpresa del primer bocado…

Aunque si abogo por la autoexploración -del cuerpo-, no me animo a recomendar nadie a que coma solo, salvo que no quede de otra. Comer en compañía es una experiencia social-espiritual maravillosa. Igual que el sexo, involucra todos nuestros sentidos. Palpamos texturas y formas, olemos los aromas y sus múltiples combinaciones, nos deleitamos con inusuales mezclas de colores, y cuando masticamos la crocante textura de una lechuga romana o de un pan rústico, sabemos cómo suena el sabor, y mejor aún, a qué sabe la gloria.

Mejor que todo, hagan el amor, ¡es hermoso! Y si van a comer, no lo hagan solo para hartarse, eso sería casi profanar los alimentos y lo reduce a un acto meramente animal. Comer también es un acto espiritual. Conéctense con su propio ser por medio de los sentidos; procuren compañía de calidad siempre que puedan y tendrán orgasmos maravillosos con cada bocado.

Cariños, Gnosis

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